Paradoja del interventor
Gonzalo Hidalgo Bayal.
Del Oeste ediciones. 2004.
Extraordinaria
y rompedora novela del escritor extremeño Higalgo Bayal. Con un rico e
inusitado lenguaje nos sumerge en un atisbo de laberinto emocional y
existencial donde el protagonista, de cuyo nombre no quiere acordarse, deambula
insomne por las calles de una ciudad que le recibe pero que no le acoge. El
individuo, tras perder un tren de indescifrable destino, permanecerá en la
estación, esperando la llegada de la próxima máquina, resistiendo pero sin
luchar, soportando la intransigencia del frío y el frío de los humanos.
En
un castellano que a veces se empapa de barroco, Hidalgo nos muestra un
personaje kafkiano, sumido bajo una superestructura social que no comprende
pero que acepta.
Todo
lo jerarquizado y colectivo que va apareciendo en la novela (el Hospital , la
policía , el Ayuntamiento, La Iglesia, la jauría humana que conforman los
jóvenes...) le ningunea y le agrede. Sólo el devaneo con algunos personajes
(individualmente tratados) le confiere un pasmo de ternura.
El
protagonista personifica al hombre de hoy. Un ser desorientado tras perder el
tren de los valores que ya han quedado caducos (la familia, la tradición, el
trabajo, la religión...). En su extravío emocional no encontrará refugio en la
ciudad (sociedad) que le interpela y continuará caminando en un quimérico
descenso a los infiernos, para buscar respuestas. Creerá lo que le dicen: Que
aquel tipo de allí es el interventor (el diosecillo que debería ayudarle y
guiarle), que quizás pase otro tren....Nada será cierto y la esperanza del
individuo se irá diluyendo sin remisión.
La
simbología es clave en el relato. Tanto como las connotaciones religiosas y
bíblicas: El Cristo, el Vía crucis, la prostituta que preconiza la muerte, el
fuego, los números, la frágil botella a modo de cáliz que nunca se romperá, el
abrigo sin dueño que acabará crucificado sobre un hierro y ese último camino de
Emaús que toma el protagonista, una vez resucitado del incendio, para perderse
quizás en el inicio.
Los
influjos de Kafka (la incomprensión/aceptación de lo que le rodea), de Borges
(el tiempo y el abstracto laberinto por el que uno itinera), de Martín Santos
(la bajada a los infiernos del lumpen), incluso de Beckett (que inútilmente
espera a un Godot que ya no existe), están presentes de modo difuso a lo largo
de la novela.
Hidalgo
dibuja un paisaje deshumanizado, en una gama de actualísimos grises, un entorno
cuajado de personajes sin nombre (excepto el Cristo) en el que la sociedad,
representada por la ciudad, se torna implacable para aquellos que sólo esperan.
Es una novela sobre la inocencia y contra el paroxismo. Una novela que nos
muestra los terribles resultados del conformismo y de la pasividad social.
Es
esa misma incapacidad de dar una respuesta colectiva la que ya ha comenzado a
herir la piel de nuestros hijos.
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