jueves, 18 de agosto de 2016

Olivar de Infancia. Poema ganador del Concurso de poesía "Villa de Logrosán" 2016.



I

Atrás, el pueblo encalado
sestea en su duermevela milenario
rodeado de olivos que supuran
una sangre incruenta y necesaria.

Duerme el pueblo que no acepta
mi piel descosida de su acera.
El río pasa ante mí, perezoso,
separando mi ser de los olivos,
como una fuente inversa que me inquiere
y acaricia lasciva el pedregal.

El agua deambula y en su seno
viaja el cuero líquido de mi memoria
los vocablos que tejí siendo niño
y el versículo carnal de la inocencia.

Elevo la mirada más allá del río
buscando el olivar de mi pasado
los árboles dispersos en la tierra ondulada
refrescando recuerdos de aluvión.



II

Pues sólo las imágenes redimen
del polvo ermitaño
me detengo ante el olivar arcano,
ante este ejército
de palo y hojarasca
y sobre él poso la misma mirada
que conservo de la infancia.

Sobre el olivar aletean las cigüeñas
que consiente el vientecillo infantil
y las urracas de abundancia
regalan su himno a la patria olivarera.
Allá, en el pueblo, las campanas golpeaban,
como ahora,
sobre la piel tizna de la primavera.

Los niños en tropel, el olor a gato
las nubes ilusorias proyectadas,
como ahora,
sobre el mismo olivar de mármol.
El lento perfume de aceituna
acuchilla ahora mi pellejo inmóvil.



III

Tras cruzar el riachuelo
se abre ante mis ojos el olivar infante.
Mis manos ateridas
se posan en la piel del primer árbol.

Anclado en la dulce tierra de rastrojo
el olivo semeja la bandera
que soñaron mis ancestros:
El inmóvil abanico del judío.

La verdusca leyenda del Imperio.
La despensa arábiga en el aire.
Sobre la carne estriada en pergamino
palpitan sus venas de cauce de hormiguero
mientras gime en un llanto de linóleo
su alma de fenicio adolescente.



IV

Asciendo la loma cuajada de olivar
y avanzo entre árboles preñados de futuro.

Sobre la tierra agotada de sigilos
algunas drupas han caído
como lágrimas quedas.

Allá arriba,
contemplo la sábana inmensa de verdor
el cúmulo de atriles centenarios
que sestean sabiéndose inmortales.

Contemplo el olivar
y veo en sus cuerpos
una suerte de soldados apacibles.
Olivar de nadie,
dueño de los huesos de mi infancia
que cose el barbecho con la nube.

Olivar de árboles de carne.
Milicia de un gris mediterráneo
que abriga la tierra que resume.
Hueste de apátridas soldados


leales a una causa umbilical.




                                                                 Javier Sachez


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