Sobre la poesía y el poema.
Por Juan Mireles.
El poema no significa poesía.
Partiendo de esta afirmación inicié la búsqueda del porqué en solo
muy pocos poemas encuentro la poesía: el lenguaje, la significación,
aquello que invita al movimiento, al ritmo; ese ritmo que se presenta en
todo lo que existe empujada por la voluntad: la acción.
Algunas veces, leyendo una obra literaria, una pintura, una
escultura, la música, etcétera, me encuentro ante la imagen, el
resultado de lo que me ha proyectado lo que he visto. Despierta en el
inicio, en el principio de todo lo que soy, una suerte de sentimientos
que se exaltan cuando se encuentran ante lo poético.
La poesía no es el resultado solamente de la participación del que
escribe y el que declama; es decir, no se encuentra exclusivamente en el
poema. En lo plástico también encontramos eso que buscamos todos los
que deseamos ir más allá de los sentidos humanos. Por ejemplo, en la
pintura: cada color y trazo tiene una razón de ser y por ende una
significación: ningún color está plasmado por el destino azaroso; por el
contrario, cada color grita su participación en la pintura, cada una de
las líneas que forman figuras están siendo parte de ese lenguaje que se
expresa y conecta con el que ve la pintura: es una comunicación, un
diálogo que va más allá de lo material. Ahí encontramos un nuevo
lenguaje, tal vez, el primigenio, aquel que existe desde antes de ser
materia. Cuando ese dialogo aparece encontramos sin duda a la poesía,
porque la obra ya nos ha convertido en imagen: la imagen del poeta
transforma al receptor en imagen.
Es por ello que no todo poema es poético. Si bien se puede leer un
poema desde el punto de vista crítico, académico, estilístico, métrica,
etcétera, no lográremos sino ver el empaque, la estructura. Podríamos
decir que cumple con los requerimientos de la retórica. Es admirar la
jaula de oro aunque el ave siga extraviada. Lo que deberíamos buscar es
esa ave: la poesía. El ritmo son las alas de esa ave –no hablo de la
rima-, que nos elevará a cierto destino en donde las imágenes vivas
existen, porque el ritmo es movimiento y acción que tiene efecto y
consecuencia en cada ser vivo. El ritmo pausa, acelera, choca, sube,
baja, se extiende o se contrae, causando el mayor impacto en el alma, en
lo que existe, en el pensamiento. Ahí es donde nos recrea, nos revive,
forma y deforma lo que somos: la energía. Pero no hay peligro en dejarse
llevar por el ritmo poético, por las frases poéticas, pues de ello se
alimenta la esencia primera. Acaso no importa lo que queramos pues
cuando nos topamos ante la poesía dejamos de tener voluntad sobre
nosotros mismo; pasamos a ser parte de un todo: de una pieza, a ser
todas las piezas.
El paso de la poesía deja marcas indisolubles en nuestro
pensamiento que sirven para el enriquecimiento personal, por eso es que
hay que dejar libre al poeta, para que pueda dar pasos fuera del círculo
estilístico establecido. Es por ello que los grandes poetas se
recuerdan. No importa que lo hecho se salga de lo convencional y sea
innombrable el resultado –en el futuro se bautizará ese nuevo estilo. Un
ejemplo del resultado de ese salto es la prosa poética, porque claro,
en la prosa también se encuentra el ritmo-. Mucho mejor salirse de los
paradigmas, pues ahí se encuentra lo nuevo, lo diferente, las nuevas
formas de expresión y de lenguaje que nos harán encontrar nuevos mundos
poéticos y el redescubrimiento de sentimientos que creíamos muertos.
El poeta escribe por el deseo a tener una mejor realidad que calme
sus arrebatos de cólera al verse sumergido en un mundo que le parece tan
apocalíptico. En el lenguaje encuentra el medio de expresión necesario
para comunicarse: la poesía.
La poesía es lo que debe buscar el poeta y no nada más las formas,
pues de éstas estamos llenos, y en las estructuras, en lo inanimado solo
se encuentra la inacción, el estancamiento que es reflejo indiscutible
de nuestra sociedad.
(Publicado en la web palabra sobre palabra)
(16 de octubre de 2012)
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